Desesperanza aprendida: cuando el alma se rinde antes de tiempo
¿Alguna vez has sentido que, por más que lo intentes, nada cambia? ¿Que no importa lo que hagas, las cosas siempre saldrán mal? Si es así, podrías estar experimentando lo que los psicólogos llaman desesperanza aprendida, un fenómeno emocional que puede afectarnos más profundamente de lo que imaginamos.
¿Qué es la desesperanza aprendida?
El término "desesperanza aprendida" (learned helplessness, en inglés) fue acuñado en los años 60 por los psicólogos Martin Seligman y Steven Maier. En un experimento con perros, descubrieron que, tras repetidas experiencias dolorosas e inevitables, los animales dejaban de intentar escapar incluso cuando ya podían hacerlo. Simplemente se rendían.
Lo sorprendente es que este patrón de comportamiento también se observa en los seres humanos. Cuando alguien vive repetidamente situaciones negativas fuera de su control —ya sea abuso, fracasos constantes, o entornos muy limitantes— puede interiorizar la idea de que nada de lo que haga servirá de algo. Y entonces, deja de intentarlo.
¿Cómo se manifiesta en la vida diaria?
La desesperanza aprendida no siempre grita: a veces susurra. Puede camuflarse como apatía, fatiga crónica, desinterés o incluso como frases comunes:
- “¿Para qué voy a aplicar a ese trabajo si seguro no me cogen?”
- “No importa cuánto me esfuerce, siempre me va mal.”
- “Las cosas nunca cambian, ¿para qué intentarlo?”
Este estado emocional puede derivar en problemas más serios como depresión, baja autoestima, ansiedad, dificultades en las relaciones y bajo rendimiento académico o laboral.
¿Se puede desaprender?
¡Sí! Y esa es la buena noticia.
Superar la desesperanza aprendida implica reaprender que sí tenemos poder sobre nuestras decisiones, y que aunque no todo está bajo nuestro control, muchas cosas sí lo están. Algunas estrategias para salir de ese estado incluyen:
- Terapia psicológica: Especialmente la terapia cognitivo-conductual (TCC), que ayuda a identificar pensamientos automáticos negativos y sustituirlos por otros más realistas y saludables.
- Establecer metas pequeñas y alcanzables: Cada pequeño logro refuerza la idea de que el cambio es posible.
- Practicar la gratitud y el enfoque en lo positivo: Aunque parezca simple, entrenar al cerebro para notar lo bueno tiene efectos profundos.
- Rodearse de personas que nos apoyen: Un entorno empático puede hacer una gran diferencia.
Un recordatorio final
La desesperanza aprendida no es una debilidad ni una condena permanente. Es una respuesta humana ante experiencias difíciles. Pero no estás solo ni sola. Con apoyo, conciencia y trabajo personal, puedes reconectar con tu poder interior y volver a sentir esperanza.
Porque dentro de ti todavía vive esa parte que sí quiere intentarlo una vez más.
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